miércoles, 1 de julio de 2009

La magia del Ampurdán

Hoy, tras la entrada que hicimos en su momento al monasterio de Sant Pere de Roda, repetimos visita a esta mágica comarca. Tipos como Salvador Dalí no pueden sino nacer en lugares como éste.

















La magia del Ampurdán (Empordà) es, en muchos sentidos, la síntesis del fenómeno mágico catalán, porque acumula en su tierra prácticamente todas las estructuras míticas y tradicionales que constituyen el núcleo del comportamiento mágico de todo el país. Si pensamos que el Ampurdán es, además, la cuna de dos de los componentes esenciales de la tradición catalana, la barretina y la sardana, es probable que esta comarca se nos aparezca más claramente como cuna de tradiciones, costumbres y forma de ser de toda la tierra del Principado.

La sardana, como todo el mundo reconoce y han proclamado los más profundos estudiosos del folklore, no es muy antigua. Sus orígenes se remontan al siglo XVIII y constituyen una especie de popularización de las danzas cortesanas. Sin embargo, el hecho mismo de que esa popularización fuera posible, de que el pueblo la aceptase y la hiciera suya, es una muestra de que existía una raíz popular que integraba una parte importante de este baile. A mi modo de ver, la esencia popular de la sardana reside en los bailes en círculo y en torno a un centro que practicaron los pueblos primitivos como ceremonia sagrada, la misma danza que podemos admirar en los vasos ibéricos de Liria y, más allá, en las pinturas de los abrigos prehistóricos.

















En cuanto a la barretina, es significativo que se haya conservado con uno u otro nombre -el nombre común sería gorro frigio- en una serie de comarcas en las que se detectan restos o noticias de que se practicó en ellas un culto mistérico: Sicilia, Bretaña, Fátima o este Ampurdán del que ahora nos ocupamos. Cultos que, por otra parte, se desarrollaron en los mismos enclaves en los que las huellas detectan la presencia de santuarios prehistóricos y megalíticos y donde se acusa de modo firme la implantación de eremitorios y cenobios desde los primeros siglos de la Edad Media.
(Juan G. Atienza)

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